lunes, 23 de julio de 2012

El encuentro

   El día en el que Mary Anne conoció al Señor Roberts era un día distinto. Las montañas del pueblo estaban nevadas y eso sólo había ocurrido dos veces en cien años. Eso decían los viejos...
 Para Mary Anne la nieve era como una amiga lejana y antigua. La conocía desde hacía tiempo aunque jamás la hubiese visto. Por eso, para ella aquel día nevado resultó ser un día cálido y cercano. Para aquella niña de cabellos grises la nieve no era fría sino templada. La nieve la aliviaba, la tranquilizaba y le hacía soñar con nuevos mundos.
Por ese motivo, ese día se dirigió hacia el colegio con una sonrisa espontánea en su rostro. Cada cierto tiempo se detenía en el medio del camino para elevar su cabecita y contemplar los copos que caían despacio desde el inmenso cielo. Se quedaba atónita mirando ese baile blanco y le encantaba sentir la suavidad de los copos sobre su cara.
Por esa razón, cuando el señor Roberts la llamó por su verdadero nombre ¡Rosagrís!, Mary Anne no lo oyó. Estaba tan concentrada en su amiga la nieve que el pobre señor Roberts tuvo que correr hacia la niña para que esta le prestase atención:
  - ¡Rosagrís! No corras tanto pequeña...
Ella bajó su cabeza, se pasó el dorso de la mano por la cara mojada y contempló al barbudo anciano que respiraba con dificultad y se masajeaba las piernas después de una carrera impropia de su edad. La niña respondió:
- Yo a usted le conozco. Es el viejo señor Roberts.
- No tan viejo, niña. No tan viejo.- Eso fue lo que el hombre fue capaz de contestar.
Tras unos minutos de silencio y observación mutua el anciano preguntó:
- ¿A ti te importa mucho faltar hoy a la escuela?
Mary Anne alzó los hombros en señal de duda.
- Es que tengo una historia importante que contarte, niña.
- A mí me gustan las historias. ¿Es de una novela?
- No, niña, no. Es una historia de las de verdad. Del pasado.
- Me gustan las historias de verdad. Pero debo pedirle permiso a Lapitia para faltar a la escuela. Ella se enfadaría mucho si descubre que no he ido.
- Está bien, niña, está bien. No quiero que esa bruja se enfade. Te acompañaré a tu casa y le pediremos permiso.
El señor Roberts no quería enfrentarse a Lapitia. Sabía que ella tenía un carácter fuerte. Lo sabía muy bien, pues la conocía desde hacía tiempo, tal vez desde hacía demasiado tiempo...

martes, 9 de agosto de 2011

El señor Roberts

    El señor Roberts tenía una barba muy blanca. Era tan blanca que, cuando salía el sol, brillaba y su brillo quemaba los ojos de quien la miraba. Por eso el señor Roberts sólo se afeitaba la barba en verano. El resto del año se la dejaba crecer y, en primavera llegaba a ser larga y espesa. Los niños se entretenían colocando flores en la barba del señor Roberts. El hombre no se enfadaba por ello. Todo lo contrario: le divertía. 
    El señor Roberts se reía mucho y eso gustaba a los niños del pueblo. Por eso todos eran amigos del señor Roberts. Sin embargo, nadie sabía si este hombre barbudo había tenido infancia. Nadie sabía nada de su niñez porque el señor Roberts había llegado al pueblo con quince años. Habían pasado cincuenta años desde su llegada y seguía sin desvelar el misterio de sus orígenes. 
    Sin embargo, hubo una niña que tuvo la suerte de conocer el misterio del señor Roberts: la pequeña Mary Anne.

miércoles, 8 de junio de 2011

Mary Anne

   Rosagrís llegó sola a la escuela. La bruja Lapitia no podía acompañarla. La escuela era un edificio más grande que su casa. Tenía dos pisos y una puerta inmensa. Alrededor del edificio había un jardín muy verde. En él resaltaban algunas flores del mismo color que los trajes de Lapitia.
   Rosagrís no vio a nadie en el exterior de la escuela. El jardín estaba vacío. Tan sólo un pajarillo había depositado sus patitas en la rama de un árbol y la miraba con ojos penetrantes. De repente, Rosagrís sintió el sonido de unos pasos veloces que se aproximaban a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio, frente a ella, a una mujer hermosa. Era una joven estilizada, muy alta, con los ojos del color de las avellanas y llevaba recogido su cabello en un moño adornado con pequeñas horquillas plateadas. La mujer vestía con una falda blanca, de amplio vuelo, y una camisa de seda azul. No llevaba zapatos y de su hombro izquiero colgaba un bolso de gran tamaño. 
   La misteriosa mujer de ojos marrones se puso en cuclillas y acercó su rostro a Rosagrís. La miró en silencio y le tendió la mano:
    - Tú debes de ser Mary Anne ¿no? Yo soy Lina, tu maestra.
    Rosagrís le respondió:
    -Sí, señora maestra, soy Mary Anne.
    Rosagrís había recordado a la perfección las instrucciones de su querida bruja Lapitia: "en la escuela te llamarán Mary Anne, no Rosagrís." 
    La niña no sabía cuál era el motivo de aquel cambio súbito de nombre, pero acató la decisión de Lapitia porque algo había aprendido durante seis años: las brujas siempre toman las decisiones adecuadas.



lunes, 9 de mayo de 2011

El primer día en la escuela

   Rosagrís cogió la pequeña bolsa de lino que le había tejido Lapitira. Dentro de la bolsa guardó un pedazo de pan tierno, un trozo de queso y una manzana madura. Después cerró la bolsa y respiró profundamente.
   Unos días antes Lapitia le había hablado de la escuela. Era un lugar desconocido, lleno de libros y de otros niños y niñas como ella. Parecía un sitio bonito, plagado de muchas cosas por descubrir. Sin embargo, Rosagrís sentía la presencia de un temor en su corazón de nieve cálida: ella, la pequeña y pálida Rosagrís, jamás había visto un niño o una niña. Ella misma era la única niña que conocía. ¿Tendrían todos los niños el pelo gris como ella? ¿Todos vivirían con una bruja vestida de rojo? ¿Todos llevarían a la escuela una pequeña bolsa de lino?

lunes, 11 de abril de 2011

Carta de Pérdidu a la muchacha

Querida muchacha desconocida:
Me llamo Pérdidu y tengo quince años. Muchos me dicen que soy muy joven para enamorarme, pero yo sé que eso no es cierto. Lo sé porque, la pasada noche, cuando te vi atravesar el umbral de la puerta de la taberna, me enamoré de ti. 
No sé cómo te llamas y no sé de qué lugar procedes.
Mis amigos me dicen que eres una mendiga o una zíngara porque tu pasado es desconocido, tus ropas son viejas y tu mirada parece proceder de un país lejano.
Yo sólo sé que necesito que me quieras. Por ese motivo he ido a ver a la única persona que puede ayudarme. Se llama Lapitia y es una bruja. En cierto modo tú me recuerdas a ella. Las dos sois misteriosas e irradiáis una fuerza especial al caminar. Ambas sabéis hechizar. La diferencia es que Lapitia hechiza con sus conjuros y sus pócimas, mientras que tú hechizas con las ondulaciones de tu pelo y con tus pasitos ligeros al andar.
Si quieres saber algo más de mí, siempre puedes preguntar por "el joven cazador". Así me conocen muchos en el pueblo.
Un abrazo lleno de mariposas amarilllas.
Pérdidu.

lunes, 21 de febrero de 2011

La decisión

Lapitia tomó una decisión. Rosagrís ya tenía seis años y todavía no sabía leer y escribir. Por eso, la bruja le dijo:
- Debes ir a la escuela.
Rosagrís no sabía qué era una escuela así que le contestó:
- No quiero ir a ese sitio.
La bruja le preguntó:
- ¿Por qué?
Y la niña de ojos grises le contestó:
- Porque yo sólo conozco un sitio y estoy muy bien en él. Me encuentro bien aquí, en casa.
Lapitia pensó que, tal vez, la pequeña tenía razón, pero la tranquilizó con estas palabras:
- Puede que ahora pienses que el único lugar bonito y tranquilo sea esta casa, pero te diré que en la escuela encontrarás algo que no has encontrado aquí.
- ¿Qué encontraré?- Le preguntó la niña con los ojos muy abiertos.
- Encontrarás un objeto muy valioso.
- ¿Qué objeto?
- Un libro.
- ¿Y qué es eso?
- Es otro tipo de casa.

jueves, 3 de febrero de 2011

La maldición

   La niñez de la brujita Lapitia se desvaneció muy pronto. Era una niña sin padres, vivía en las entrañas de un bosque espeso, se alimentaba de los frutos de los árboles y de las flores rojas que crecían en los prados. Como estaba sola, la naturaleza quiso que la pequeña perdiese su niñez muy pronto y así, la bruja, se convirtió pronto en una mujer adulta. Cuando cumplió veintinco años decidió construirse una casa de madera. Ese mismo año fue el primero que Lapitia pisó el pueblo y vio a los demás seres humanos. Estos la vieron a ella y se asustaron. El miedo era lógico: habían visto a una mujer hermosa cubierta de harapos, con el pelo revuelto y los pies descalzos.
   Aquel día una mujer ancianda, encorvada, le acercó su bastón a la altura de su pecho, se lo dio, y le djio:
  - Tú te llamas Lapitia y estás maldita. Tu maldición es que jamás podrás tocar a ningún ser humano. Has sentido el calor de los árboles y de las flores, has construido un hogar cálido, pero jamás podrás sentir el calor de un ser humano.
   Lapitia conocía a esa anciana encorvada y también conocía el bastón que le había dado. Sin embargo, desconocía aquellas palabras y sintió que aquella maldición era cierta.